
UNO
El crepúsculo bostezaba y las primeras sombras de la noche se apoderaban de la existencia. El sol dejaba la noches pero ya estaba encendiendo la vida de nuevos continentes. La mansedumbre se encerraba con trancas cuando el miedo era un gigante que arrasaba con todo. Amalia salió a traer agua del aljibe como lo hacía siempre, la madre machacaba con las precauciones y la fatalidad siempre estaba al acecho.
Lanzó el balde al fondo del aljibe, no se sentían ruidos, la noche estaba azulada y las estrellas podían bajar estirando las manos. Un solo ser como puesto por dos seres estaban agachados, como si estuvieran muertos. Amalia retiró el balde y cuando se encaminaba al rancho, en un salto de felino, el indio y su caballo que actuaban como un solo ente, ya estaban galopando como si fueran aves que vuelan, porque el animal estaba entrenado para ni siquiera tocar el pasto. Amalia quedó casi inconsciente y sentía mareos, porque la sangre no le llegaba a la cabeza. El indio la acomodó delante suyo sobre el pescuezo del animal y se bamboleaba, a veces sus cabellos se confundían con los pastos como sus pies desde el otro costado. El indio no necesitaba frenos ni nada fuera de lo natural con que se manejaba con su otro yo, solamente le hablaba en un lenguaje que solamente ambos conocían; estaban fundidos en uno, se amaban. Amalia no tenia pánico ni sorpresa y su cuerpo se alborotaba. Iba camino a un largo viaje, tan lejano como cuando nos vamos para siempre ante el desarraigo. En el rancho prepararon la jineteada, sabían que el indio era el responsable, porque ya le había pasado otras veces, pero aun con muchos jinetes, el sabor amargo de la derrota les sentenciaba: al indio no le gana ni alcanza nadie, es como un ser mitológico que vuela y solamente él conocía de memoria los vericuetos de la pampa, entonces apuraba el paso para ganar la noche y llegar al desierto en la madrugada.
El indio sintió algo caliente, era Amalia que no aguantó y se estaba orinando, nada detuvo ese viaje impensado, recóndito hacia donde?. Empezó a vomitar y el amargor de la bilis le presagiaba la mudanza hacia el infierno. Sintió morir, gritaba, y nadie la escucharía, ahora consciente le dolía todo el cuerpo, porque hacía horas que cabalgaba, pero el indio es indolente, hace lo que debe hacer y cumple con su cometido: arrancarle a quienes le robaron sus tierras, aunque sea con estos raptos y entre ellos estaban los gauchos, otros desarraigados cuando la tierra se quedó sin dueños. Amalia se volvió a desmayar y el animal derrotaba con elegancia cualquier escollo, solo existía en aquel océano verde el murmullo del hereje en el oído de aquel dragón, mezcla mitológica de reptil y cóndor.
DOS
Amalia despertó, le dolía todo el cuerpo, estaba tirada reposada en el tronco de un árbol, la pampa habia quedado atrás ahora los esperaba lo peor, el desierto. El fuego asaba un pedazo de carne de caballo y en frente el indio la miraba fijamente, era alto, fornido, como un animal y no le sacaba los ojos de encima. ¡Tengo sed grito la mujer! pero él ni se inmutó, entonces ella comenzó a hablarle a decirle cosas, algunas incoherentes, y pensaba que el indio no entendía nada de lo que le suplicaba, ella le hablaba de que tenía oro y reliquias que la llevara de nuevo a su casa porque solamente ella sabía donde guardaba los tesoros que tenía su padre. El indio la miraba con ojos de fuego, cortó un pedazo de carne y se la arrojó pero ella no podría comer nada y menos lo que le había tirado. Entonces empezó a insultarlo, le decía de todo, pero el indio permanecía impertérrito mientras el animal comía. Nuevamente le pidió agua se hizo entender, necesitaba hacer sus necesidades. El indio asintió con un gesto, Amalia se escondió detrás de un follaje, solamente para orinar, se tocaba, trató de verse, pensaba si esto no era una pesadilla y en un rapto cuando se le juntaron todas las rabias salió corriendo hacia cualquier parte, el indio la cazó sin problemas y la arrastró tomándole su hermosa cabellera, y la volvió a arrojar junto al árbol. Ella abrió los ojos del espanto cuando el salvaje volvió y con el cuchillo le hizo dos cortes en la planta de cada pies.
Amalia ahora aullaba, otro dolor a su cansancio y la indolencia de ese diablo que siempre de cuclillas se mantenía con los ojos fijos a su presa. Había aclarado y otra vez el calvario de ese viaje demoledor ahora la transitaba por el desierto, que swe agregaba el calor de la tierra, las ganas de tomarse todos los ríos, el indio no le daba agua, y no había paradas, el animal volaba la tarde avanzaba y el cuerpo de la pobre niña sentía las 16 horas en esa cabalgata donde empezó a preferir la muerte. Cuando estaba oscureciendo ya se veía unas chozas; llegaban a destino después de haber cabalgado casi un día. Llegó el indio, la tiró al suelo, le dio de beber al caballo ante la indiferencia de los demás entre chozas indios, indias, niños desnudos, olor a podrido por todos lados, vivían hacinados. Amalia no podia levantarse ni caminar por las heridas, sintió que volvía a la vida desde un estanque cuando pudo beber y mojar su cuerpo lleno de cansancio, de heridas, rasguños; sobre ese charco se durmió y se calmó cuando quiso creer que estaba muerta, definitivamente muerta. El indio se metió con el animal a la choza, lo esperaba una india casi desnuda cuya piel se parecía mucho al ardor de la tierra, y se quedó como siempre tranquilo porque sabía que desde donde estaba Amalia, no se vuelve más. Ahí todo es siempre, por lo tanto todo es nunca.
TRES
En la mañana siguiente llegó al padre de Amalia luego de largos días en un arreo de ganado, y cuando vio llorando a su mujer pregunto, ella le dijo entre sollozos que temían que un indio se llevo a Amalia cuando fue a buscar agua al aljibe; el hombre se volvió loco y furioso comenzó a tirar todo, se le acercó uno de los gauchos sirvientes, pero éste le cruzó la cara de un latigazo, salió a buscar jinetes pero nadie quiso acompañarlo, porque no tenía razón de ser emprender un rescate hacia las tolderías por alguien que no sabían si esta viva o muerte. la familia quedó destruida.
Mientras tanto pasaban los días en la toldería y Amalia estaba cada vez más deteriorada y flaca, no quería comer la carne cruda de caballo. Los indios todos los días mataban una yegua generalmente y la devoraban entre todos. Ella seguí sin creer lo que le pasaba y muchas veces confundía la vigilia con los sueños y hasta llegaba a creer que eran mas reales los sueños que la triste realidad del lugar. Caminaba mal, con el costado de los piel, hasta que llegaba a arrastrarse, para los indios no era nada, los niños ni se le acercaban y comprendió la rutina espantosa de los indios, cualquier animal salvaje tenía si es que la tienen más motivación que el indio que vive para comer, copular y amar a su caballo. El indio duerme con el caballo y la mujer, pero el animal que elige y doma a su gusto, es lo más atractivo que tiene su vida.
Amalia pudo ver algunos seres que no eran indios pero se les parecían, luego comprendió que eran gauchos que probaban suerte despues de la mala suerte cuando le alambraron las estancias y se quedaron sin nada pero como las tolderías le ofrecían una vida espantosa; muchos morían otros retornaban. Fue cuando pudo hablar por un tiempo con Martiniano, un gaucho que se había adaptado a aquella vida, pero la nostalgia le estaba haciendo estragos. Durante los primeros tiempos ella le hablaba y él le contaba sobre su vida cuando estuvo viviendo con su mujer y varios hijos que se repartían en la pampa, la costumbre era esa, caza, guitarra, piojos y en cada lugar pernada e hijos.
Pero cuando pasaron tres meses Amalia comenzó a enloquecer, entonces todos los días visitaba a Martiniano le daba las noticias de su casamiento y llegó a invitarlo, le mostraba virtualmente su vestido de novia, después le contó que se había casado y que estaba esperando un bebé. Martiniano la miraba la consentía y le daba lástima en el estado en que quedaban las personas que se traía el malón a cambio de nada. Nació el bebé era un varón de 3 kilos y medio, Martiniano la alentó y elogió por lo bonito, ella le dijo que era parecido a su padre, pero al día siguiente llegó desconsolada porque se le había muerto el bebé y el gaucho, la consolaba augurándole que mañana tendría otro y ella apareció con la imaginacion de que había parido una nena parecida a su madre. El gaucho comenzaba a hartarse. Después curada sus heridas en la planta de los pies, bailaba, lo invitaba a bailar los valses de aquella época, pero por consejo de él no se le debía acercar a ningun niño indio; por nada del mundo porque los infieles eran impredecibles, eternamente serios y crueles.
CUATRO
Cierta mañana Martiniano se levantó mal con sueños premonitorios Y se alteró cuando observó que Amalia estaba acariciando el caballo del indio, le besaba la nariz, lo acercaba sobre su pecho, le acariciaba la cara, de repente el indio que venía de hacer sus necesidades, abrió los ojos y a unos veinte metros ante la impotencia del gaucho con la precisión de un cirujano, le tiró un hachazo que vino girando y le partió la cabeza a la muchacha, el animal reculo asustado y Amalia se desplomó con la cabeza partida. Inmutable e indolente el salvaje, la tomó de un pie y arrastrando la llevó hasta un foso donde tiraban a los muertos, de allí volvió se cruzaron de vista con el gaucho, que no podía hacer nada, estaba débil y con al ánimo vencido, y se metió en la carpa.
Martiniano se convenció de que de seguir así también un día terminaría en esa fosa anónima, pero le dolía lo que le hicieron a la muchacha y ese dolor se convirtió en motivación. Se tomó una semana, comenzó a comer más, caminaba, no necesitaba los frenos, le habían quedado porque no se la vieron las boleadoras y el cuchillo; le puso día a su decisión, total entre morir aqui o allá siempre era la nada. En la madrugada se marchaba.
Su padre le había enseñado desde niño a arrear a domar, a tirar al animal al suelo y mantenerlo silencioso. Sintió venganza, por la tarde se acercó a la fosa de los muertos y le rezó al alma de la muchacha que se volvió loca. Esperó que se hiciera de noche. ¡Algo me tengo que llevar se prometió!. Estaba enardecido. Entró a la choza, no tenía que respirar, templo los ojos, el animal estaba echado, el indio dormía de costado detrás de la india. Se desplazó descalzo, ya sabía que el indio dormía con un ojo abierto y otro cerrado, y el olfato, tremendo lo tenía muy desarrollado. Martiniano tomó al caballo de la boca, ce la cerró como hacía en su adolescencia y hasta que lo puso de pie. Sintió euforia, pero había que sacarlo, de repente, hubo un momento de tensión por un ruido que fue un pedo que tiró el indio. El olor a podrido lo tuvo que soportar, la india dormía y comenzó a retroceder con el animal, ahora el miedo lo bañaba en transpiración y era peligroso porque cualquier aroma o cambio de olor despertaría al salvaje y eso sería el fin. Hasta que sintió el alivio cuando salió con el animal, lo llevó despacio, no se dejaría llevar por el entusiasmo porque un error sería fatal.
Tomo todas las vituallas y se fue lentamente, luego al trotecito y al final ya cabalgaba holgado por el desierto….se persignó, grito ¡por vos Amalia! pero sintió culpa por no haberle salvado la vida, claro que ahora la condición era otra, tenía un motivo, salir de ese moridero y vengar a la niña. El indio despertó enloquecido, faltaba el caballo, y el gaucho. lo quisieron acompañar pero no quiso, y con pocos preparativos lo salía a buscar, Martiniano le llevaba unas cuantas horas de ventaja y tenía por delante el desierto.
CINCO
Martiniano había recuperado momentáneamente la motivación porque salió desquitándose de lo que sufrió como el lugar más bajo y tenebroso de la condición humana pero en la medida que avanzaba por el desierto retrocedía desde los recuerdos al volver de donde se fue porque había perdido todo de todas maneras sentía que la culpa se transformaba en reivindicación al poner justicia por el maltrato y muerte de aquella pobre alma que fue secuestrada, castigada injustamente. pensaba que el indio o los indios lo iban a seguir, no porque se fue, a ellos no les importaba los gauchos sino por el delito de entrar en la choza robar el caballo y ridiculizar al indio. Esa ridiculización era el combustible que movía al indio para salir a buscarlo, no teleraría jamás lo que un gaucho mugriento sin ganas de vivir le había hecho.
Superado el desierto un nuevo enemigo se presenta en la circunstancia del gaucho; el cansancio, ya estaba débil, obviamente no tenía las condiciones del indio, había pasado un largo tiempo desde que se fue a las tolderías, mal comido, sin afectos, defenestrado hasta de sus propios recuerdos, entonces en la medida que avanzaba con un estado miserable, retrocedía. Martiniano especuló, se le estaba acabando la comida que era carne de yegua, que llegando bien adentro de la pampa, podría tener agua y un alimento mejor con las perdices y todas las riquezas que le ofrecía ese paraíso terrenal de donde lo desterraron con las campañas, el alambrado de los campos y el desprecio que sentía de haber nacido libre y ahora le exigían otra condición habiendo participado de las guerras civiles, estando en todos los frentes ero moralmente estaba destruido, sentía que la vida no tenía sentido para él; no imaginaba volver a ver los hijos que nunca conoció ni las mujeres que tuvo, ni las pulpería; pensaba era como ir hacia el cementerio. Siguió cabalgando llegaba la noche, sintió que se moría, se detuvo y se bajó del caballo.
Tenía hambre y frío en el cuerpo y en el alma. El caballo rezongó y él le habló: bueno, ya está..ya está. Lo degolló. Le sacó todo el triperío y comió algo caliente. Luego como se acostumbraba se metió dentro del animal y allí se protegió del frío y durmió durmió un par de horas. Ya había aclarado, comenzó a caminar, se llevó algo de carne y el descanso no le vino mal; de todas maneras quería volver, porque la vida es ver volver. Cerca lo tenía al indio que se bajó del caballo y se indignó cuando vió que el gaucho le había matado el caballo, eso lo enardeció aún más y apuró la tropa.
Martiniano sintió escozor cuando vio una polvareda que venía del desierto, pero se calmó cuando observó que era un remolino todavía guardaba esperanzas de que el indio se hubiera disuadido y siguió como podía buscando algún estero para bañarse, tomar agua y descansar aunque sea escondido. pero el destino no siempre obedece nuestras ilusiones, de repente giró y observó una gran polvareda, y como un gato el indio saltaba de un animal a otro, venía con tres caballos, hasta que uno quedó de lado, siguió con dos; se parecía a un felino, Martiniano se puso en guardia, hasta que el indio pegó un salto y se encontraron frente a frente.
EPÍLOGO.
El indio se movía permanentemente, y Martiniano se mantenía quieto, los dos con cuchillos pero el gaucho con la otra mano manejaba las boleadoras. Avanzó el salvaje pegó un salto y cayó de pie a espaldas del gaucho; fue un acto de ostentación de intimidación pensó el gaucho de todas maneras el indio físicamente estaba intacto, ventaja que el gaucho no tenía, además pensaba mientras se movían en círculo: y después que?..esa desmoralización no lo ayudaba. El Indio solamente pensaba en la venganza, no se desconcentraba para nada. Pasaron unos minutos, se estudiaban, cada uno hacía un movimiento y el otro respondía. Martiniano empezó a hablarlo: ¡ hijo de puta, mataste a Amalia, la hiciste sufrir, te voy a arrancar los ojos, pero el indio estaba impertérrito además no entendía que le decía. Apuró el gaucho porque a ese paso por cansancio el indio lo terminaría matando y le revoleó las boleadoras, asi se le acercaba con el cuchillo; hubo un momento que se acercaron demasiado sacaron filo los cuchillos y Martiniano con suerte porque ya no tenía aliento, le pegó en la cabeza con la boleadora, el indio tambaleó y soltó el cuchillo, lo atropelló el gaucho y lo volteó; el indio sintió el golpe veía doble, no respondía y Martiniano le puso el cuchillo en la yugular. El indio se recuperó pero si se movía perdía la pelea. Un hilo de sangre le corría al indio desde la garganta al pecho. Abrió grande los ojos, intentó moverse y recibió otro golpe de boleadora. No fue tan fuerte como la primera pero ahí, se quedó quieto porque estaba impotente.
Martiniano cayó en la cuenta que no podía matarlo, no tenía fuerzas, no tenía sentido. Había perdido todas las convicciones; no tenía perspectivas; entonces se preguntaba por qué..si los dos eran dueño de lo que habían perdido y para qué?…si él volvía a la nada. Quiso una vez más pero no pudo, retiró el pie y tiró el cuchillo; el indio pegó un salto tomó el cuchillo y lo degolló. Rápidamente recogía mientras volvía, los caballos. Martiniano se desangraba y por primera vez sintió que nunca había visto un cielo tan hermoso. Se iba de este mundo recordando los versos que le enseñó su su padre:
el día que yo me muera
no me entierren en sagrado
que me entierren en la pampa
donde me pise el ganado.
FIN
JC MALIS. DERECHOS RESERVADOS.
