
La muerte del hijo de Carlos Menem, aún entre la duda y la sospecha
El 15 de marzo de 1995, en Ramallo, la caída de un helicóptero paralizaba al país.
Carlos Menem Jr. murió el 15 de marzo en un accidente junto al automovilista Silvio Oltra al caer su helicóptero en Ramallo.
“Anoche estuve hablando con vos y ahora tengo que despedirte para siempre”, unos pocos que en ese momento estaban a su alrededor, tres décadas atrás, escucharon el susurro quejumbroso de un hombre quebrado emocionalmente, indefenso como una hoja en la tempestad. Lucía como si una fuerza sobrenatural lo hubiese arrancado de la faz de la Tierra. Estaba viviendo la peor de las tragedias que la condición humana puede soportar: la muerte de un hijo en la plenitud de la vida, a los 26 años, de un momento para otro. Carlos Menem, entonces el hombre más poderoso, audaz y transgresor de la Argentina, dueño de la gloria y alrededores, incapaz de comprender un “no” a sus voluntades personales, políticas y ciudadanas, abrazaba sin consuelo la caja mortuoria, orlada con símbolos islámicos, tradiciones afines a los Yoma, la familia materna del hijo presidencial muerto.
Habían pasado 24 horas de la inesperada fatalidad. El féretro estaba cerrado. El rostro de Carlos Facundo Menem, según testimonios coincidentes de la época, estaba desfigurado debido a que el helicóptero que tripulaba, luego de embestir uno de los cableríos entre postes, había caído de trompa sobre un maizal, a unos 70 metros de la Ruta 9, en las cercanías de la localidad de Ramallo, en el noroeste bonaerense, después de rebotar dos veces contra el piso.Carlitos Menem Jr. y Carlos Saúl Menem. Foto: Instagram
El país había entrado en parálisis. Una solidaria y unánime reacción en torno a la joven vida trunca, abrigaría al presidente con un manto de piedad, aún en el caso de sus adversarios políticos más aguerridos. Algunas escenas, como las del rostro transido de dolor de Menem padre o su gesto atravesado por una lacerante ansiedad en su llegada al hospital de San Nicolás, donde había sido trasladado Carlitos, contribuyeron a construir el escenario de una tragedia nacional, no sólo el de un estrago personal y familiar.
La sociedad pareció asumir de inmediato el sentido de un duelo profundo que trascendía a los dos clanes riojanos atravesados por la desgracia y en particular al mismísimo inquilino del poder: impensadamente, Carlos Menem Juniors pasó a ser en el imaginario colectivo algo así como “el hijo que todos pudimos perder”. Ocurría dos meses antes de una elección en la cual su padre se jugaba la continuidad en el poder por otros cuatro años, luego de haber derribado una a una, con astucia, roscas políticas y un plan antiinflacionario al principio exitoso, las marullas legales que le negaban esa posibilidad constitucional.
Silvio Oltra, corredor profesional de automovilismo, uno de los amigos de Menem Juniors, y acompañante en aquel vuelo trágico, había resultado muerto en el acto. Ambos se llevaron a sus tumbas algo que ni los peritajes judiciales recurrentes ni especulaciones de periodistas ni opiniones de expertos en la cuestión podrían dilucidar. ¿Por qué el helicóptero volaba a tan baja altura, había sido una falla técnica, un fatal error humano, o quizá una imprudencia juvenil de alguien acostumbrado a surfear los márgenes del peligro extremo? ¿O, ya en plan de teorías conspirativas, las sospechas de Zulema Yoma, sostenidas a través del tiempo contra viento y marea con heroicidad de madre doliente, pero sin el respaldo de las investigaciones judiciales, estuvieron siempre bien rumbeadas? ¿O como le disparó a quemarropa la misma Zulema al periodista Mariano Grondona en su exitoso programa de televisión de entonces: “¿Tenía suficiente nafta el helicóptero, doctor Grondona…por qué no explotó al caer…por que no estalló y se prendió fuego?”
Aquella mañana de marzo, en la que el verano empezaba a despedirse, Menem estaba en su despacho con algunos miembros de la lista del PJ de la Ciudad cuando empezaba a vivir el día más triste de su vida. Hugo Anzorregui, el titular de la SIDE, y su secretario privado, Ramón Hernández, le dieron un adelanto compasivo de lo que estaba pasando: “Presidente, Carlitos tuvo un accidente. Está internado en San Nicolás…mejor nos vamos para allá”. Sólo Alejandro Tfeli, su médico personal, sabía la verdad. Había cortado una comunicación terrible con su colega, el director del hospital de San Nicolás, Ismael Pasaglia: “El estado del hijo del presidente es desesperante, sería un milagro que sobreviva”.
Todo había pasado a ritmo de vértigo. A las 11.45 del 15 de marzo de hace 30 años, el helicóptero piloteado por Menem Jrs, un Jet Rangers 302 B3, preparado para volar hasta una altitud máxima de unos 3.000 metros, estaba apenas entre diez y quince metros del suelo, y cayendo en picada. Había tocado con su hélice uno de los cables eléctricos, al pretender pasar debajo de ellos. Algunos llegaron a sostener que la maniobra se hizo como un extraño conjuro romántico, dirigido a un auto que en la Ruta 9 sabía que las presuntas acrobacias aéreas eran un guiño seductor para sus conductoras. Jamás pudo probarse. Zulema y Zulemita lo negaron siempre. Sin embargo, Adrián Menem, primo de Menem hijo, daría fe en un documental que, en una oportunidad, lejana a los hechos de la tragedia, no pudo soportar las piruetas áreas de Junior y le pidió bajarse de inmediato.
La máquina tenía un sistema de seguridad instalado, llamado cortacables, pero no pudo accionarse porque la hélice del helicóptero ya se había enganchado en ellos. Todo intento de recuperar el vuelo sería vano, incluso una última maniobra del hijo presidencial, que había conseguido elevar la máquina unos 10 metros antes de rebotar dos veces contra el piso antes de pulverizarse en el maizal. Carlitos Menem ingresó al Hospital de San Nicolás a las 12.56, en grado de coma 3. Murió a las 14.50, luego de remontar dos paros cardíacos y de prolongadas maniobras de resucitación, que ya ponían en riesgo su integridad cerebral. Marcelo Barrangú, jefe de Terapia Intensiva del Hospital municipal, sabía que el Presidente lo estaba mirando y que sus esfuerzos extremos no daban resultado. Entonces pidió detener las maniobras luego de casi una fallida hora y media de volverlo a la vida, casi con desesperación.
Ya estaban allí Zulema y Zulemita. La esposa del presidente, de quien se había separado con un escándalo homérico, tuvo una crisis de nervios. Según algunos testigos, al parecer dijo cosas que sólo un dolor de madre puede decir sin ninguna objeción moral. Toda la familia del presidente y los miembros del gobierno que estaban allí lloraron sin consuelo. Con el alma vencida, el jefe de Estado, que buscaba su permanencia en el poder, abrazó primero a su hija y después a su ex mujer. Media hora después, juntos, dejaban el centro de salud.
En medio del dolor, Menem buscó los ojos del director del Hospital San Felipe y alcanzó a decirle con el hilo de voz que le quedaba: “Le agradezco todo lo que hizo por mi hijo.” Las cámaras mostraron a Zulema desvaneciéndose y a Zulemita abrazada a su padre con la esperanza de sobrevivir al naufragio emocional. El presidente apenas podía tenerse en pie. Fue tremendo. Aquel ambicioso animal político de tantas batallas era apenas un hombre azotado por una desdicha de la que jamás podría escapar. Una vez lograda su reelección, con casi el 50% de los votos, esa misma noche diría desde los balcones de la Casa de Gobierno: “Si me permiten quiero dedicarle el triunfo a Carlitos que mira desde el Cielo.”El trágico accidente y los misterios alrededor de lo que sucedió siguen vigentes.
Junior era un provinciano orgulloso de su condición de tal. Recién cuando su padre llegó a la Presidencia se vino de La Rioja, donde era amo y señor de la juventud de época, a la gran Ciudad. Fue un enamorado de las carreras de autos, pasión que conoció desde pequeño junto a su padre. “El vértigo, para mí, es un estimulante”, repetiría ante los medios. Tanto que a los 18 años debutaba en un rally y llegaría a consolidarse como rallista a nivel internacional.
En la noche porteña conoció otra forma de arrebatos, lejos del rugir de los motores. Noches prolongadas y los soles del amanecer. Burbujas y lindas mujeres eran compañía frecuente, aunque rechazaba la imagen de frivolidad y de “hijo del poder” que le colgaban. Algo de razón tenía: hacía lo que harían muchos jóvenes de su edad con un futuro ya asegurado y una vocación escasa por los estudios. No le interesaba la política, pero fue esa actividad la que llevó a su padre a ordenar que le hicieran un contrato “ad honorem” en la Casa Rosada, junto a Ramón Hernández, secretario privado del Presidente.
Seguramente, ese chico sediento de vida y de aventuras nunca habría imaginado que su temprana muerte sería acompañada por un mar de flores arrojada al paso de la caravana mortuoria, con miles y miles de personas al costado del camino rumbo al Cementerio Islámico de San Justo, en una ceremonia efectuada de principio a fin según los rituales islámicos. Esa noche, su padre, ya con ropaje presidencial, grabaría un mensaje de tres minutos, difundido a las 21 en cadena nacional. de Presidente, en un texto que combinó sentimiento y campaña. Con el corazón estrujado, miró fijo a una cámara que captó sus ojos llorosos: Y dijo: “Son momentos durísimos, pero ¿qué homenaje le puede rendir este Presidente a su lujo? Trabajar, redoblar el esfuerzo, no desfallecer, para que Argentina siga creciendo y para que cada día podamos ser un poco más felices en un marco de dignidad.” Iba por sui reelección, la primera después de la de Perón en 1951.
Pronto, la batalla judicial para determinar los motivos de la tragedia escaló a la velocidad del rayo. Zulema Yoma nunca dudó. “A mi Carlitos lo mataron”. Dispararía munición gruesa contra el propio padre. “Menem (así solía llamar a su ex marido) lo sabe muy bien, pregúntele a él. ¿No vieron la película el Padrino?”, sembraría una y otra vez la sospecha sobre accionares mafiosos. La causa tuvo tres jueces: Eduardo Alomar, José María Acosta y Carlos Villafuerte Russo, quien la tomaría en 1996 y la tendría hasta el final, además de una instancia fulmínea por la Corte, que rechazaría en su momento reabrirla. El veredicto judicial siempre se inclinó por el accidente. Como una madre infatigable que luchó hasta marchitar buena parte de su vida adulta (el 18 de diciembre cumplirá 83 años y tenía apenas 52 cuando se produjo la caída del helicóptero), con una fuerza casi geológica propia de la condición materna, fue cambiando los móviles, pero nunca aquella certeza tremenda, que enarbola aún hoy: “A mi hijo lo mataron”.
La primera vez rumbeó sobre la hipótesis del “tercer atentado”, en alusión a los dos primeros: el ataque a la Embajada de Israel (1992) y la voladura de la Mutual Judía de la AMIA (1994). Su argumento: la presunta “traición” de Menem a los líderes árabes más intransigentes aquel tiempo (Háfez al-Ásad, de Siria; Muamar Al Kadafi, de Libia; y Ruhollah Khomeini, de Irán) al anunciar públicamente que el ataque a la Embajada encolumnaría a la Argentina detrás de la causa del Estado de Israel en Oriente Medio. La segunda de sus hipótesis apuntaba al entorno corrupto de Menem, al afirmar en medios y presentaciones judiciales que “Carlitos me contó que vio cosas horribles que no me podía contar ni siquiera a mí y que su padre estaba mal rodeado”. Habría incluso una tercera, al conocerse que la viuda e hijo del temible narcotraficante colombiano Pablo Escobar Gaviria se radicaba en la Argentina: “A Carlitos lo mató el narcotráfico”, diría y mencionaría, sin abundar en precisiones, una suma de 800 millones de dólares, que al parecer alguien extravió en el laberinto del papelerío inmigratorio.
Aun así, Zulema lograría el cambio de carátula (de “accidente” a “investigación por la caída del helicóptero”), dos peritajes a la máquina siniestrada, una por científicos del CONICET y la Universidad Nacional de Tucumán, dos exhumaciones del cadáver de su hijo, una a cargo del Equipo de Antropología Forense, de intachable prestigio Siempre en busca de datos probatorios de un atentado, todas las veces con sentido negativo. Sólo una pericia de Gendarmería (con restos de la nave que no estaban bajo control judicial) hablaría de orificios en la carcasa de la aeronave, que se filtraron a la prensa como “agujeros de bala”. El resultado sería siempre el mismo. De modo tal que el juez Villafuerte Russo cerraría la instrucción el 16 de octubre de 1998 con un fallo concluyente: había sido un accidente y así lo notificó a la Cámara Federal de Rosario, que ratificó procedimientos y decisión.
Sin embargo, Zulema seguiría pateando puertas y haciéndose oír. Llegó a la Corte. No fue escuchada. Así y todo, la ex primera dama lograría el apoyo de Cristina Kirchner, quien la respaldó en una gestión ante la Corte Internacional de Derechos Humanos, cuya intervención habilitaría nuevos peritajes y pruebas. Punto para Zulema: el expediente se reabriría en 2010, pese a su carácter de caso cerrado en primera y segunda instancia y desdeñado por la propia Corte Suprema nacional. Más aún: el ex presidente, el 8 de julio, de 2014, con más de 80 años y un deterioro físico y cognitivo que ya asomaban, presentaría un escrito en el que pocos creyeron, pero la Justicia debería considerar. Afirmaba que había reconsiderado su anterior posición, la del accidente, y que abonaba la idea del atentado de su ex mujer.La tapa de Clarín del 16 de marzo de 1995, el día después de la muerte de Carlitos Menem Jr. Ordenan la exhumacióon del cuerpo de Carlos Menem Junior tapa del diario clarin
¿Qué había pasado? La tormenta de rencores y odios cruzados entre Zulema y el ex presidente irían menguando con el tiempo, a medida que ambos envejecían, sobre todo él que le llevaba 12 años. Y en mayo de 2016, Menem pediría declarar nuevamente en la misma senda de rectificación de sus considerandos iniciales. Abrió una puerta enorme: aseguraba in totum que había sido un atentado. Una bomba, pero de humo. No hubo elementos probatorios nuevos, pese a que el juez Villafuerte Russo citó a declarar a seis ex presidentes (todos los de la crisis de 2001) y dos ex jefes de la central de inteligencia. En esa maraña de declaraciones surgiría el nombre Hezbollah y volvía al ruedo la hipótesis del “tercer atentado”.
Con la sombra de la muerte encima, lejos de los oropeles del poder, de los fuegos de antiguos amores perdidos, y habiendo esquivado la cárcel por sus fueros facilitados por los Kirchner hasta su misma humillación, Menem comprendió que su único refugio (el último, el de su despedida terrenal) eran Zulemita y Zulema. Y el recuerdo de Carlitos. Zulema había movido cielo y tierra. Su enorme corazón de madre no desfalleció jamás. Y late aún, en su vejez entristecida. No pudo probar nada, pero instaló la semilla de la duda. ¿Cuánto vale eso para quienes tengan algún día que reconstruir la última versión de la Historia, la que quedará como definitiva para el devenir de los tiempos?
JCM: el helicóptero es como un frasco, frecuentemente mas cariñoso y fatal que el avión. Pepe Liciardi quien tuvo el mismo destino muchas veces me paseó mientras charlaba. Es un viaje de placer que no deja de ser tenso. Durante aquellos viajes sobre este tema, me contó que viajó a la Rioja por unos trámites. Fue al aeroclub y entró a un galpón bastante grande, sorprendido por la cantidad de aviones y helicópteros, rotos, viejos, cachivaches, carcachas, entre repuestos y fuselajes, como si estuviese viendo con perplejidad los restos de cualquier guerra. Preguntó sobre esa especie de chacarita aérea y le contestaron: “los despojos que van quedando por el trato y trajin concomitante de algunos accidentes con suerte del padre y el hijo. Se refería a Carlos y Carlitos Menem.
morimos como vivimos.
