
Los culpables de la sublevación
- 10 de agosto de 2025
- 03:32
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LA NACIONJoaquín Morales SoláEscuchar Nota
No es el populismo el único culpable; la sublevación tiene también otros responsables. Tal vez el Presidente haya aprendido algo en la semana que pasó: que su atracción por el insulto no es un gusto que se pueda dar gratis, menos aún si es el jefe del Estado. ¿Qué razón tenían en tiempos recientes muchos legisladores, que no pertenecen al opositor kirchnerismo, para defender a Javier Milei? ¿Por qué pondrían el cuerpo por él los diputados que alguna vez lo defendieron, y que no son de su partido, después de que el Presidente dijera que “todos son unos degenerados fiscales”, ofensa que repitió varias veces contra los integrantes del Poder Legislativo? El jefe del Estado acaba de anunciar que cesará con sus insultos (¿temporalmente o para siempre?. No se sabe) con el propósito de dar lugar a un debate de ideas y demostrar que sus objetores no tienen el necesario nivel intelectual. Ese proyecto quedó obsoleto porque ahora necesita mucho más que ganar, eventualmente, un debate de ideas. Ese debate sería, si es, teórico; en cambio, la realidad es ardua y tangible. Necesita reconstruir las mayorías que alguna vez, no hace mucho, tuvo en el Congreso y que él se dedicó tenazmente a desarmar. Esas mayorías le aprobaron en 2024 la Ley Bases, por ejemplo, que declaró la emergencia del país y que le dio a Milei amplios poderes para gobernar cuando directamente no tenía Congreso. Luego, hubo también legisladores suficientes como para aprobar los decretos de necesidad y urgencia del Presidente (salvo el que le transfería más dinero inexplicable a la SIDE), y para que quedaran vigentes los antiguos vetos presidenciales a varias iniciativas populistas de la oposición legislativa. La respuesta de Milei a tantos favores fue una cataratas de insultos a los legisladores –“a todos”, precisó hace poco, incluyendo a los amigos–. “Basuras”, “ratas inmundas”, “parásitos mentales” y el recurrente “degenerados fiscales” fueron los agravios elegidos por el líder libertario para referirse a senadores y diputados. Es probable que algunos de esos insultos entusiasmen a franjas de sus fanáticos, pero al final del día los que votan son los legisladores, no los fanáticos, aunque también hay fanáticos de todos los colores en el Congreso. En la sesión convocada por la oposición en el Senado, hace tres semanas, se aprobaron decisiones para mejorar los ingresos de los gobernadores, los jubilados y los discapacitados que significarían gastos extras por valor del 1,5 por ciento del PBI. En su discurso del viernes, el Presidente amplió esos gastos hasta el 2,5 por ciento del PBI, seguramente sumando las posteriores decisiones de Diputados. Todos necesitan esos recursos –qué duda cabe–, pero es cierto que los legisladores no precisaron de dónde sacarían esos recursos. Sin embargo, solo aquel 1,5 por ciento del Senado desmoronaría el superávit fiscal, que es la principal conquista electoral de Milei porque le permitió bajar la inflación. Estas decisiones del Senado fueron vetadas por Milei, pero todavía está por verse si el Congreso no logra insistir en algunos de esos proyectos. Para hacer eso, la oposición necesitará del voto favorable de los dos tercios de las dos cámaras del Poder Legislativo. Algunos proyectos, como el que protege a personas con discapacidad, podrían alcanzar esa mayoría tan especial para anular en los hechos el veto presidencial. También revolotea la hipocresía con increíble insistencia en el palacio de los legisladores; el kirchnerismo se abraza ahora a “los abuelos”, pero en el gobierno de Alberto Fernández el poder adquisitivo de los jubilados perdió entre un 32,4 y un 43,6 por ciento. No existirá justicia con los jubilados sin las reformas previsional y laboral. Nadie lo dice y tampoco nadie las hace.
La falta de fuertes liderazgos nacionales agravó el conflicto en el Congreso
La reunión del miércoles de Diputados se hizo en un día y a una hora establecidos para las sesiones ordinarias del cuerpo. El kirchnerismo, que controla la primera minoría, y otros bloques políticos lograron la presencia de sus diputados y todos alcanzaron, así, el número necesario para el quorum. El presidente de la Cámara, Martín Menem, decidió presidir la reunión no bien le informaron que la sesión se haría con él o sin él. Ni Milei ni nadie del Gobierno dijo nada sobre Menem, aunque este hizo lo mismo que Victoria Villarruel hace 20 días. También entonces la oposición en el Senado se sentó en sus bancas en el día y a la hora acordados para las sesiones ordinarias; Villarruel decidió presidir la reunión del cuerpo cuando le informaron que la oposición había logrado el quorum necesario. Milei y el mileísmo calificaron en el acto de “traidora” a la vicepresidenta porque en esa sesión se aprobaron, en efecto, gastos significativos del Estado. Villarruel no vota, porque no es senadora, y por lo tanto no influyó en las decisiones del cuerpo. Tanto ella como Menem solo cumplieron con su deber, que consiste en presidir las reuniones de las cámaras parlamentarias cuando estas han cumplido con los requisitos reglamentarios para sesionar. Pero el mileísmo echa mano siempre de la doble vara. “Sí, aquí hay dos códigos penales. ¿Y qué?”, fanfarronea un alto funcionario de la Casa de Gobierno.
El miércoles último, en su explosiva reunión, Diputados derogó también varios decretos de Milei (derogación que todavía debe ser homologada por el Senado), entre ellos el que eliminó la Dirección de Vialidad. Es un organismo politizado y fue el brazo ejecutor de la corrupción en la era kirchnerista. De hecho, gran parte de las causas judiciales que investigan la corrupción de aquella época están vinculadas a Vialidad. La causa que puso presa en su casa a Cristina Kirchner es conocida popularmente como la “causa Vialidad”. Tiene una cantidad innecesaria de empleados, y su sindicato también fue politizado y colonizado por el kirchnerismo. Pero ¿era necesaria la eliminación de Vialidad? No, porque la Argentina es un país muy grande, tiene muchas rutas nacionales y ese organismo era el que se encargaba de conservarlas o de licitar los nuevos caminos. La situación de las rutas nacionales es ahora dramática. Tal como están, ponen en peligro la seguridad vial de los ciudadanos y comprometen el traslado de la producción argentina. Vialidad necesitaba –cómo no– una reducción de su estructura y que el Gobierno le fijara severos mecanismos de control para impedir la corrupción. Vialidad no podía seguir siendo lo que era. Su eliminación es otra cosa; es una decisión desmesurada. Milei dijo hace poco que el país tiene 40.000 kilómetros de rutas nacionales y anunció que va a concesionar la conservación de 10.000 kilómetros. Bien, pero ¿qué pasará con los 30.000 kilómetros restantes? Silencio. Nadie responde. Los excesos despiertan la reacción de las antípodas, del populismo en este caso.
La falta de fuertes liderazgos nacionales agravó el conflicto en el Congreso. En el final de los plazos electorales se vio la política tal como está: el viejo sistema de partidos implosionó. Ya no existe. La crisis partidaria actual es, quizás, peor que la que le siguió al colapso nacional de 2001. Ni siquiera Milei se propone ser un líder político, sino el arquitecto de la solución económica de la castigada Argentina. Por eso, su hermana Karina tomó la jefatura política del oficialismo, hasta el extremo de que el expresidente Mauricio Macri volvió a la casona presidencial de Olivos para hablar con ella del acuerdo entre sus partidos, no con el Presidente. Algunos amigos de Macri se lo reprocharon a Macri. “Un expresidente tiene que ir a Olivos solo para hablar con el Presidente”, dicen. “Tenía que hablar de una alianza electoral. Es Karina la que hace eso. ¿Con quién iba a hablar si no?”, refutan al lado de Macri. El problema de Macri es más grande que ir o no ir a Olivos. El partido que fundó está dividido entre quienes los apoyan en su decisión de unirse electoralmente al mileísmo y entre quienes no están de acuerdo con esa estrategia. Estos últimos argumentan que la nación política necesita una alternativa razonable al gobierno de Milei, porque hasta ahora la única opción política que existe es el peronismo, sea cual fuere. “Mauricio debió preservar a Pro como eje de una eventual futura coalición en condiciones de reemplazar a La Libertad Avanza”, dicen esos objetores. Macri olfateó que su partido ocuparía otra vez el tercer lugar en la Capital en las elecciones nacionales de octubre y concluyó que eso era peor que un acuerdo. El expresidente es tan crítico como todos los políticos argentinos de la gestión y, sobre todo, del estilo de Milei. Pero si dirigentes como María Eugenia Vidal y Silvia Lospennato, indiscutiblemente leales a Pro, disienten con la estrategia de Macri significa que la crisis partidaria es más profunda de lo que parece.
La anarquía que promueve Milei se terminó instalando en el radicalismo. No hay liderazgos en ese partido. Cada uno hace lo que quiere. El conflicto del radicalismo es tan grande que quedó políticamente acéfalo en Córdoba, que supo ser para el radicalismo lo que el conurbano bonaerense es para el peronismo. Tiene un presidente de su comité nacional, Martín Lousteau, que se hizo radical hace poco tiempo, luego de ser funcionario de Felipe Solá, de Daniel Scioli y de Cristina Kirchner. ¿Qué querrá Lousteau? No dijo ni escribió nada sobre la política de alianzas del partido que ahora preside. Los radicales mendocinos pudieron acordar con el mileísmo, pero no los correntinos. Córdoba fue un desastre sin paliativos. El líder radical cordobés de ese partido, Rodrigo de Loredo, trabajó con un afán digno de otras causas una alianza con La Libertad Avanza, pero no logró concretarla. De Loredo es también presidente del bloque de diputados nacionales del radicalismo, pero la mayoría de sus integrantes votó junto con la oposición el último miércoles, negro y olvidable para Milei. Todavía faltaban 24 horas para que venciera el plazo de inscribir alianzas y De Loredo, dicen, conservaba la esperanza de anotar un acuerdo con los hermanos Milei que tanto había fatigado en privado y en público. Los radicales de Córdoba se preparan para empezar en diciembre un proceso de renovación, o de reorganización, después de tantas desdichas. El propio peronismo no escapa a la crisis de los partidos. La estrategia de Cristina Kirchner de unirse con sus adversarios internos (Axel Kicillof y Sergio Massa), como ella hace siempre que está en dificultades, chocó con la rebelión de Juan Grabois, que no era nadie en política hasta que ahora lo aupó el rechazo de muchos peronistas a la entente cordial del viejo establishment peronista. Esos peronistas anuncian que votarán a Grabois solo porque no quieren estirar la vida política de la señora de Kirchner, de Kicillof y, sobre todo, de Massa. El cisma podría producirse en la decisiva provincia de Buenos Aires y en la Capital. Ya en Córdoba la hija de José Manuel de la Sota, Natalia, decidió romper en estas elecciones con el peronismo de Juan Schiaretti. El fallecido De la Sota y Schiaretti crearon una sociedad política que duró décadas. Suficiente. El peronismo no es una excepción dentro de la ruina del sistema argentino de partidos.
Parado en la soledad de ese erial político, Milei ganará las elecciones de octubre. Acaba de imponerles a todos sus nuevos socios electorales que lleven no solo el nombre de su partido, sino hasta el color que lo identifica: el violeta. No conforme, amenazó con sancionar a los legisladores que voten ciertas leyes. Inadmisible. El autoritarismo y los caprichos son inherentes a la condición pasajeramente victoriosa de ciertos políticos locales. Un nuevo triunfo podría provocarle a Milei una borrachera de poder. Cuidado. Indiferente hacia la historia nacional, debe desconocer que Macri ganó mejor que bien las elecciones legislativas dos años después de ser elegido presidente. Pocos meses más tarde, su gestión comenzó a desgastarse hasta que se apagó definitivamente. La sola posibilidad de que le ocurra lo mismo a Milei, después de una probable e inminente victoria, se inscribió ahora entre muchos políticos, algunos preocupados, otros contentos.