
LOS DERROTADOS
Juan Carlos Malís
PRÓLOGO
Luis Eduardo Meglioli
Hay periodistas que leen mucho, que siguen y producen noticias adaptándose a los tiempos. Son muy pocos y buscan interpretar al ser humano, al ciudadano de a pie; construyen un laboratorio propio donde tratan de analizar hasta la vida espiritual del hombre de la calle y su rol en el camino de todos los esfuerzos humanos, que van desde la destrucción en manos de los tira bombas, a los que construyen para el bien. En esta obra Juan Carlos Malís fue mucho más lejos porque salió a dar la vuelta al mundo pero en más de los 80 días de Julio Verne, aquella novela de aventuras que buscó interrogar sobre la vital importancia del tiempo y su ineludible evolución. Pero a Verne le tocó girar en los ilusionantes tiempos de la Revolución Industrial, poniendo énfasis en los avances tecnológicos como el ferrocarril, los barcos a vapor, las nuevas miradas de los briosos intelectuales que hacían posible lo que antes parecía imposible. Y muy pocos años antes, nuestro Domingo F. Sarmiento navegaba aquel mundo en busca de conocimientos para acelerar la llegada de un futuro promisorio para los argentinos, con la educación universal por delante para conectar con todo el mundo.
Malís navega en el siglo XXI, doscientos años más adelante que aquellos, surcando, timoneando en este mundo, por días deshumanizado, suponiendo, quizá en la partida del viaje, que el título de esta obra podría llegar a ser, a pesar de todo, “Los triunfadores”. Pero no lo es, porque en medio de la fascinante revolución digital comprueba el autor que la mano del hombre tambien evoluciona para atrás. Seguramente porque la Tercera Guerra Mundial sin estar declarada irrumpe cada dia desde distintos ángulos del universo de hoy, con más o menos efectos bélicos que en los años 40 del siglo pasado, y con la misma escuela de daño de los fascistas, nazis y estalinistas de entonces.
Y como en su tiempo Julián Marías, filósofo y ensayista español a quien tuve la fortuna de poder entrevistar en su casa de Madrid varios años antes de su viaje final, Malís desnuda nuestro pueblo, cortés y arrabalero al mismo tiempo, y se encuentra con miles de preguntas muy en la línea, porque no decirlo, de los más de 8.142 miles de millones (según cifras del 2024) del mundo. Recuerdo que Marías cuando hablaba de los americanos, sudamericanos, puntualmente, se detenía más tiempo en Argentina para “certificar” que “los argentinos tienen dos problemas para cada solución. Pero intuyen las soluciones a todo problema. Cualquier argentino dirá que sabe cómo se debe pagar la deuda externa, enderezar a los militares, aconsejar al resto de América Latina, disminuir el hambre de África y enseñar economía en EEUU”. Y lo decía con enorme respeto en Buenos Aires, como en Londres, Roma o Nueva York, allí donde se tocara el tema de los cambios en la acelerada evolución del mundo. Su mirada estaba en la línea de otro grande español como José Ortega Y Gasset, también filósofo y ensayista, citado por Malís aquí, pero anterior a Marías: “Los argentinos viven en permanente disociación entre la imagen que tienen de sí mismos y la realidad”.
Pero en este “Los derrotados”, el autor va mucho más allá de nosotros porque busca explicarse el porqué de la sorprendente, pendular e incesante autotransformación espiritual de todos esos millones de personas que al relacionarse, elogiarse, insultarse y criticarse entre si constituyen la sociedad humana. Y a pesar de todo esto, él parece convencido de que es la vida, porque tampoco la muerte nos califica a todos de náufragos exiliados de un paraíso imaginado, dentro del inconmensurable universo… Y en algún momento se detiene en la mujer, pero en “la mujer madre del mundo”, y advierte que “todos venimos de una mujer”, aunque ahora la maternidad cede ante los laboratorios “exigiendo solamente el embrión y mucha plata, pero con el ritmo vertiginoso impuesto ante el cambio de estaciones y motivaciones, ellas comenzaron a no tener hijos, cayendo los nacimientos a tal punto que algunos países se resignan a ser sociedades de viejos en un futuro no lejano, gobernados por gerontocracias”.
Pero hay una observación inevitable que hace de China e India, potencias que, para Malís, “dejaron de lado los proverbios y comenzaron a producir, abasteciendo al mundo de cosas, cada vez más alejadas de las personas, por el avance digital y artificial”. Y tras lamentar la llegada de la “era de las sustancias y la droga”, advierte también que “la humanidad quemó las cartas de amor y se reemplazó por mensajitos por celulares, que consumían cerebros y ojos y lenguaje. La juventud manejaba la informática a la velocidad de la luz, pero no sabían las tablas de multiplicar, perdían la voluntad, desaparecía la axiología, avanzaba la trivialidad, los tatuajes imperaban se acortaba la atención y la capacidad de asombro se volvió escéptica. La lectura de los clásicos se cristalizó en bibliotecas muertas (…)”
Con lucidos y muy ingeniosos relatos, el autor cita momentos del trajinar vital que nos toca a todos y aborda sin vueltas las turbulencias de la vida “que se prenden para siempre”. Y en ese camino no falta una mirada al amor al precisar que “creemos que el verdadero amor es de una vez y para siempre. Pero siempre puede ser nunca. ¿Que es el amor? Estar bien, sentirse bien, estar cómodo, pero algunos dicen que jamás desembarcamos de nosotros mismos. Una vida pletórica de amor se nutre de todas las emociones, algunas producidas por la derrota, en fracasos, en frustraciones que forman parte de esa energía y acaso genere la dulzura de la reconciliación”.
Y sí, el libro habla de “Los derrotados”, porque para Malís, invadido de datos de todo el mundo, pero también del mundo de la plaza cerca de su casa, advierte que “se está descarrilando el tren de la civilización y las pruebas son abrumadoras, porque el hombre va perdiendo su hombredad. Nos reprograman para creer que el mundo es un lecho de rosas, pero se marchitan en el estanque de la decadencia, la que está explicada por varios tropiezos: la huida de los dioses, el avance de la trivialidad, la sistemática destrucción de la madre tierra, la prevalencia de la mediocridad y la masificación, la muerte del lenguaje y axiológicamente la desaparición de valores que son innatos”.
Entre otros referentes de carne y hueso con nombres gloriosos, el autor trae a su decir al general San Martin, a Domingo F. Sarmiento, a Bolívar,… Y cada tanto aparece un maestro de la Filosofía con los que Malís se llevó siempre muy bien y los oyentes que lo siguieron y siguen, lo saben perfectamente. La corrupción y los corruptos merecen aquí un apartado especial cuando recuerda que “nace la corrupción del argentino allá por el siglo 19. Han pasado las décadas y centurias y siempre estamos hablando de lo mismo como sucede ahora: el dólar, la gobernabilidad, la inseguridad, la hemorragia de materia gris, la inequidad, picardía criolla, desindustrialización, cierres de Pymes, niños con hambre entre otras lacras” Y remata con esta dolorosa realidad: “La corrupción en la Argentina mata, entra por cualquier puerta y se queda para siempre”. Y, evidentemente, esa es una de las derrotas claras de nuestro pueblo.
Felicitaciones por esta obra, digna de notables de la filosofía.
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