
Miguel WiñazkiIdeas al paso
¿No habrá mas penas ni olvidos?
Buenos Aires no elige solo representantes: se elige a sí misma.El triunfalismo es uno de los desastres éticos de la inestable configuración política, que confunde ganar con humillar al derrotado.
Los porteños van a las urnas para elegir legisladores. Foto: Clarín/ imagen retocada con IA
Un café en Buenos Aires, desde la terraza de Proa, ese enclave de arte en el corazón de La Boca que mira al puerto de Quinquela, frente al Teatro Regio y a las callecitas enrevesadas, invita a la meditación, rodeado de belleza e historia. Pero el hechizo se rompe. Escucho a mi lado:
-Si no tenés pila para gambetear el quilombo, Buenos Aires te pasa por arriba, amigo.
Sin embargo, el encanto persevera y retorna.
Renace un espíritu profundo en la ciudad.
El crepúsculo transforma la paleta del cielo.
Quinquela y sus trabajadores vibrantes y esforzados resisten desde la historia y desde el color de su esfuerzo.
Se dispara un soliloquio de vísperas.
En Buenos Aires, parafraseando a Osvaldo Soriano, la lealtad es un lujo que nadie puede pagar. Así, cualquier cacatúa sueña con la pinta de Carlos Gardel, siempre y cuando su bravuconada vacía de contenido le conceda espacios inmerecidos en pantallas y micrófonos saturados de analfabetos políticos y lingüísticos.
La ignorancia es veneno y droga. Se ahonda así algo grave: el sismo abrumador del lenguaje. Donde tantas veces el insulto burdo sustituye al argumento, donde no hay marchas sin querellas, donde el chamuyo reemplaza la honestidad del habla, y el reino de los chantas disputa tantos puestos de poder. Como explica el profesor Oscar Conde en su imprescindible Diccionario etimológico del lunfardo, “chanta es quien deja de cumplir con sus obligaciones, quien evita el esfuerzo” aparentando conocimientos que no posee.
Fanfarrones y encopetados insultadores sin ideas, pero con labia, que solo recuerdan a tantos a quienes uno les diría, con justicia: “Rajá, turrito, rajá”. Pero igual se postulan, porque hablan sin seso, pero con ambiciones.
Alguien tararea Chorra por Caminito:
“¡Guarda!
Cuidensé porque anda suelta
Si los cacha, los da vuelta
No les da tiempo a rajar…”
No todo es decadencia, desde luego. La ciudad y el país trabajan y luchan. Pero la representación tantas veces traiciona ese esfuerzo. Y sin embargo, hay que elegir, y corresponde elegir. Es formidable elegir.
Buenos Aires no elige solo representantes: se elige a sí misma.
Reina del Plata, o Riachuelo, esa anaconda podrida que la perimetra a sus adyacencias viboreantes también.
Las vísperas son horas profundas. El término “vísperas” viene del latín “vespera” (la tarde), cuando la reflexión y la liturgia de los rezos, en el cristianismo y en el judaísmo, invocan la buenaventura del día que inevitablemente llegará. Las vísperas convocan a la introspección y a la reflexión. En rigor, cada día es una víspera del siguiente, y cada instante una víspera del que habrá de sucederlo. Así es el tiempo.
Pero hay vísperas y vísperas, y la vigilia preelectoral está cargada de responsabilidades porque se elige el destino de muchos. Buenos Aires, Santa María de los Buenos Aires, se elige a sí misma y estamos en la antesala. Hubo ya elecciones este año y habrá más, pero el ojo centralista nacionalizará los resultados desde la Capital, y las marcas de esos resultados serán catapultadas como un campeonato por los vencedores, quizás hasta el hartazgo de muchos de sus propios votantes.
El triunfalismo es uno de los desastres éticos de la inestable configuración política, que confunde ganar con humillar al derrotado. Se extiende ahora una práctica desde las redes que es tan ominosa como elemental: el reino del llamado “bait”, una supuesta chanza para engañar incautos desde las redes, que es simplemente bullying de la peor calaña. Es una subestimación arrogante de sus víctimas. Una broma debe hacer reír al sujeto a quien va dirigida; de lo contrario, es una agresión altanera.
Se dice, por ejemplo, que tal o cual periodista va a ir preso; supuestamente es una broma, y el destinatario se enoja, mientras los bullies se ríen porque “cayó”, porque mordió el anzuelo. Pero ellos mismos caen en la práctica lingüísticamente cruel de la burla, suponiendo que los burlados no advierten que es una ridícula bufonada. Cualquiera percibe ese idiotismo de matoncitos sometidos al caudillo de turno. Pero no a todos les causa gracia, porque no causa gracia. Es mejor ignorarlos, pero también, y en simultáneo, describirlos en su miseria retórica.
Volvamos a Quinquela, a Arlt, a Soriano y a Borges, siempre Borges, que dijo de Buenos Aires, entre tantas cosas:
“En nuestro amor hay una pena que se parece al alma”
Y entonces, si lo logramos, entonces sí, no habrá más penas ni olvidos.