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Nunca es tarde, porque la tarde embellecida por el crepúsculo apura a la noche, la que le cederá luz a la aurora y ella se inspira en el nuevo día que renovará otra tarde. Nunca es tarde, hasta el estertor se abre en una penumbra desconocida. La batalla ha terminado hay cuerpos y almas que se desgarran ante el clamor de dolores que todavía no se evaporan, los campos sudan sangre y barro, hay olor a pólvora que confunde al jazmín. En ese escenario de esperpento, el soldado le pide permiso al capitán para ir a traer a su compañero que yace ante el tironeo de la muerte contra la vida. El capitán le niega esa posibilidad porque le dice, no vale la pena, tu compañero está muerto!, el soldado desobedece y va en busca de su amigo, lo abriga en su pecho y comparte sus últimos latidos moribundos. Luego regresa trayendo el cuerpo con el peso de la muerte. El capitán le recuerda: Viste, te dije que no valía la pena …el subalterno le replica, ¡claro que valía la pena capitán, porque antes de expirar me dijo…te estaba esperando yo sabía que ibas a venir!.
Recuperar el valor de cada momento es volver siempre a la fuente de la cual nunca debemos marcharnos, de lo contrario le vamos perdiendo el sentido a la existencia por estar distraídos de nosotros mismos. Hoy tanto el hombre como la mujer alejados del SER (FUERZA IMPERANTE QUE PERMANECE REGULADA POR ELLA MISMA) nos hemos convertido en apariencia que es lo que no es, pero simula serlo. Así entonces estamos más cerca del cosmos pero más lejos del cielo y globalmente más cerca del mundo pero más lejos de la madre tierra a quien la envejecemos destruyendo su atmósfera, su clima, derritiendo sus hielos y extinguiendo sus especies. Esto lo hace el hombre quien ha perdido su hombredad y la mujer que pierde su condición de tal.
Es cierto que la condición trágica de la vida apunta al deterioro y a la muerte y debemos lidiar con esta realidad incontrastable, pero con la revolución tecnotrónica, digital y la inteligencia artificial, agravamos la situación porque la robotización convierte al hombre en un avatar o en su propia caricatura. La civilización capitaliza pero desvaloriza, entonces recordemos que uno de los afluentes raigales de la etimología de civilización, es la ruindad lo que significa que paradójicamente la condición humana nunca se desprende de la barbarie. No somos monos avanzados, porque el cerebro del mandril es un proyecto terminado en cambio nosotros con cien mil millones de neuronas, nos queda el 90% por desarrollar, pero seguimos siendo más peligrosos que cualquier especie porque fatigamos la existencia de tal forma que somos capaces de liquidar la vida del planeta.
Si bien Hölderlin dice: donde crece el peligro nace lo que salva. Los signos con el recalentamiento global, el crecimiento de los mares, el derretimiento de los polos, y las aventuras nucleares alocadas ante la ebriedad fáustica del consumismo placentero como el alcohólico que apura la última gota, nos lleva a pensar como sostiene Martín Heidegger que estamos en plena decadencia ante los siguientes factores: a) huida de los dioses, b) destrucción de la tierra, b) la masificación del hombre, c) prevalencia de la mediocridad.
Agreguemos: avance de la banalidad, destrucción sistemática del lenguaje, pérdida de la atención, carencia de la interpretación de textos, descenso de la voluntad a la noluntad, era de las sustancias y drogas, mutación de géneros, industrialización de animales comestibles y desánimo generalizado porque nada parece contener y conformar al austrolopiteco de nuestros días.
Con este panorama que alarma, nos preguntamos ¿dónde fueron a parar las motivaciones?. Porque duramos más, en algunos países se llega hasta los 100 años, pero vivimos menos. El desafío, porque vivir es desafiar, de lo contrario llega el bostezo, ya que todo nos termina aburriendo, cómo hacemos para encontrar la motivación extraviada.
Somos coautores de los libros que leemos, porque al interpretarlos les reescribimos nuestra personalidad, en consecuencia si me preguntan cuántos libros leí, contesto los que escribí de mi autoría y los que leí. Y cada vez que releemos, estamos escribiendo un nuevo libro.
Aquí se involucra el lector, quien se encontrará con una obra, pletórica de circunstancias, contratiempos y contradicciones. Arriesgamos, nada es seguro en esta vida, buscamos por sobretodo navegar contra la corriente, entre metáforas, paradojas y contrasentidos. No nos proponemos construir el universo, solamente es una exploración hacia la subjetividad del lector para que se fije si está edificando su destino o se resigna a la condición de imbécil: im es con bécil es báculo: persona que se apoya en un bastón alegórico para transitar la existencia; ese bastón significa vivir de los demás, y quedarse sin vida propia. La pregunta retórica es ¿ qué quiere la gente?. Somos diez mil millones de personas que básicamente buscamos lo mismo, aunque de acuerdo al método que utilicemos para conseguir las cosas, nos hace distintos.
Camilo José Cela dice: nunca doy un consejo, dejo que la gente se caiga sola. Exacto, es lo mejor que nos puede pasar y ojalá el lector sienta el sentimiento hedónico de leer porque le gusta hacerlo recordando que él también lo irá escribiendo a su manera. Anárquicamente puede empezar por el final, por la mitad o por el comienzo y muchas veces no sabrá a dónde lo lleva el naufragio del contrasentido, ¿acaso como dice Ortega y Gasset, todos no tenemos conciencia de náufragos?.
Finalmente, un hombre durante 50 años cruza por una plaza y va al mismo lugar. Aparecen autoritarios y le preguntan ¿a dónde va?. El caminante contesta: ¡ no se!. Los hombres armados le reprochan, ¡ ahh hace 50 años que cruza por aquí y no sabe dónde va?, entonces lo detienen y lo llevan a la comisaría. Abren la celda donde lo introducen y el detenido los llama y les pide: ¡esperen!, ellos ironizan, parece que recuperó la memoria!!. Y él mirándolos a los ojos, los despista: ¡ se dan cuenta que uno nunca sabe donde va?.
De la misma forma esta situacion que nace extraviada desconoce el por qué y para qué está hecha, ni tampoco de dónde viene y hacia dónde va; pero si sabe que será germinal durante un tiempo hasta que se marchite en la desmemoria de la presente vida, que es un tránsito tan fascinante como irrevocable y misterioso. Hay que esperar, que los impostores caigan por su propio peso.
JUAN CARLOS MALIS.