
Lo que pocos recuerdan del Juicio a las Juntas
Con el tiempo, adquirió una cualidad casi mítica, como si en ese momento el conjunto de los argentinos hubiera reclamado al unísono justicia y saber la verdad.
El Juicio a las Juntas. 9 de diciembre de 1985, la sentencia.
“Hay que juzgar a los militares”, le dijo Carlos Nino. No se había hecho nunca, en ningún país, ante jueces constitucionales. Pero a Jaime Malamud Goti le pareció una gran idea. Estaban en Friburgo, ambos eran doctores en derecho, con importantes trayectorias académicas en Argentina y el exterior. Corría el año 1982 y nuestro país estaba en plena guerra de Malvinas. A pesar de la ceguera de sus compatriotas, sabían que la derrota era inminente y que los militares no tendrían otra alternativa que llamar a elecciones y dimitir. Al volver a Buenos Aires, se entrevistaron con los principales candidatos.
“El único que se entusiasmó de entrada fue Alfonsín. Luder y Cafiero fueron más reticentes, les parecía inviable políticamente, nos echaron casi de entrada”, recuerda Malamud Goti, quien diseñó e implementó con Carlos Nino el andamiaje jurídico de la política de derechos humanos del presidente Alfonsín que se estudia en el mundo.
Este 9 de diciembre se cumplen 40 años de la histórica sentencia que condenó a los comandantes de la última dictadura militar. Con el tiempo, el Juicio a las Juntas adquirió una cualidad casi mítica, como si en ese momento el conjunto de los argentinos hubiera reclamado justicia y saber la verdad. Pero quienes fueron protagonistas de ese proceso recuerdan que Alfonsín estuvo muy solo, que tomó decisiones audaces para romper el pacto de impunidad que habían sellado los militares con los principales grupos de poder y el peronismo antes de partir.
Un mes antes de las elecciones de 1983, la dictadura promulgó la ley de Pacificación Nacional amnistiando a militares y guerrilleros. Durante la campaña, Ítalo Luder, el candidato justicialista, explicaba por qué no se podía derogar. Sacó el 40% de los votos. Tres días después de asumir, Alfonsín dictó tres decretos ordenando el enjuiciamiento de los jefes guerrilleros, las juntas militares y creando la CONADEP, para investigar lo ocurrido con los desaparecidos. Los diputados y senadores peronistas se negaron a integrarla.
Ricardo Gil Lavedra, uno de los jueces de la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Criminal y Correccional de la Capital Federal, que condenó a los comandantes, describe con claridad el clima de época: “Nadie pensaba que iba a haber un juicio. Los militares querían premios, no juicios; y los autores de esos crímenes estaban todavía al mando de tropas. La Iglesia, los medios y los empresarios querían la reconciliación. El diario La Nación en un editorial dijo que el juicio oral iba a ser un circo. Clarín, el día que comenzaron las audiencias, decía que había que mirar para adelante y no poner en riesgo la democracia”.
En el Poder Judicial tampoco creían que el juicio fuera viable. Temían las represalias de otro golpe militar. Luis Moreno Ocampo, que acompañó al fiscal Strassera en la acusación y años después fue nombrado primer fiscal de la Corte Penal Internacional, me confesó en una entrevista reciente: “Yo básicamente fui la última opción de Julio. Él había llamado a todos los fiscales federales y ninguno lo quiso ayudar. Pensé, si hay un golpe de Estado me pueden matar, entonces habrá que irse”.
Los mayores cimbronazos se sintieron en el Ministerio de Defensa. “Murieron tres ministros en dos años, Raúl Borras, Roque Carranza, Germán López”, cuenta Horacio Jaunarena, quien los acompañó como secretario y después asumió como cuarto ministro.“Recuerdo que Carranza me decía: yo me voy a morir, Horacio. Un día fue a la Casa Rosada a renunciar. Volvió y me dijo resignado: lo vi a Alfonsín con tantos problemas que no me animé. Se murió al poco tiempo”.
La sentencia del Juicio a las Juntas causó un terremoto entre los uniformados, porque extendió las investigaciones a todo el país. Jaunarena enfrentó tres rebeliones carapintadas que le arrancaron al gobierno las leyes de Punto Final y Obediencia Debida para evitar un golpe de Estado. Se las denomina “leyes de impunidad”, sin embargo, no revirtieron la sentencia del Juicio a las Juntas.
Cuando Alfonsín dejó el gobierno había 400 personas condenadas, encarceladas o procesadas. Entre ellos, Videla, Massera, Viola, Firmenich, López Rega, Camps, Etchecolatz, Suarez Mason, Menéndez, Galtieri, Anaya, Lami Dozo, Rico y Seineldín.
Quien los indultó y otorgó impunidad fue el presidente Carlos Menem,. “Cuando salió el indulto de Menem para los ex comandantes, yo quedé de cama. Pasé dos días en que me preguntaba, ¿tanto esfuerzo, tanto sacrificio? Alfonsín pagó un costo muy fuerte por las leyes de Obediencia Debida y Punto Final. Curiosamente, no el peronismo con los indultos que fueron peor todavía”, reflexiona Gil Lavedra.
La reapertura unilateral de las causas contra militares durante el kirchnerismo enturbió un proceso cuyo fin último era dejar en claro que en Argentina nadie está por encima de la ley. “No habla bien de la justicia que haya militares procesados desde hace 40 años, sin sentencia”, se lamenta Jaunarena. Jaime Malamud Goti también duda que los juicios hayan servido para enseñarnos el valor de la ley y la justicia. “Acá nos seguimos manejando emocionalmente con el tema de la venganza y la no venganza, a favor o en contra”.
En su libro, “Terror y Justicia en Argentina”, hace una advertencia que creo muy pertinente hoy, cuando la ideologización extrema enceguece a gran parte de la sociedad: “El terror al estilo argentino es un fenómeno político central de nuestra cultura. Estuvo ya entre nosotros antes de despertarse el monstruo en los años 70 (me aventuraría a afirmar que desde la Conquista) y convive hoy en nuestras prácticas y creencias: se manifiesta en nuestra soberana indiferencia frente al derecho de los otros y el rechazo que nos inspiran nuestras diferencias con los demás”.
Como dice Graciela Fernández Meijide, madre de un hijo desparecido y miembro de la CONADEP: “Si no podés aguantar que tu peor enemigo tenga justicia como corresponde, como pedirías para vos, no hables de derechos humanos”. Una lección que todavía nos cuesta aprender.

